lunes, 17 de octubre de 2011

Uno

     Me lloran los ojos cada vez que pienso en ti. No sé –ni pretendo saber- dónde estás; sólo sigo tu recuerdo. He estado bebiendo café de olla todas las mañanas porque así olía tu cuello. Me va estar triste, le sienta bien a mi hombría. La pesadumbre y el quebrantamiento de mi voz me recuerdan que estoy vivo; afligidamente vivo. Es que contigo me sentía agotado de ser feliz; extrañaba ver la translucidez de la existencia. Ya no había sucesos, sólo quietud.
     Dejo que mi barba crezca desde hace unas dos semanas. Tengo unas ojeras melancólicas y de alguna manera atractivas. ¿Recuerdas que por eso te parecí gallardo? Me da igual ya. Cuando nos encontramos yo estaba demolido, y ahora te dejo porque me siento deshecho. Como te decía, ya da lo mismo.
     Nunca dejé de amarte, dejé de necesitar estar ahí, a tu lado. No me necesitas, ni yo a ti. Éramos más nuestros cuando había desgracia; hay más poema en el desastre.

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