lunes, 17 de octubre de 2011

Juanito


 Era un hombre, sí, un hombre que, de tanto estar bajo el sol, estaba moreno. Se dedicaba a la recolección de latas, desde pequeño soñó con eso. Le decía a su madre “Ama, cuando crezca, voa ser un chingón rejuntando latas”, y su madre le contestaba “Pinche plebe, deje de soñar y póngase a chingarle. Con ese pico y esas latas no va a llegar a ningún lado, además ya está labregón pa’ que se ande con guajiradas”. Luego Juanito –sí, se llamaba Juanito- se iba todo el día con su pico oxidado de color café y de color medio gris, a buscar latas por los suburbios. Regresaba a su casa con su playera interior blanca sin mangas toda aguada, apestosa, y ya medio rota. Se metía a bañar al riachuelo que estaba a quince minutos caminando de su casa. Se metía con todo y guaraches, no le gustaba sentir el lodo en sus pies. Se secaba con el sol del crepúsculo y regresaba a dormir a la casita de adobe que su papá y él habían levantado en un pastizal olvidado por el tiempo y por el hombre.
      Creció, Juanito creció, y ahora le vamos a decir Juan. Ya no sólo recogía latas en los arrabales, también en la ciudad, pues ya le salía pal camión. “¡Juan Lata!”, le gritaban, y lanzaban la hojalata al cielo. Entonces, Juan soltaba con fuerza su pico –que ya no estaba oxidado- y le daba en el centro al bote. Y todos aplaudían, y todos reían, y todos lanzaban. Y Juan, feliz de la vida, regresaba a su casa con montones de sonrisas en sus recuerdos y con montones de recuerdos en su sonrisa. Así, pues, se convirtió en leyenda, mito y tradición ver a Juan lanzar el pico. Las plazas se llenaban, y hasta recuerditos en forma de lanza vendían.
     Ahora, Don Juan, vive en la punta de la privada Diamante, rodeado de lacayos, mujeres, vino y amigos. Se despierta temprano, a las cinco. Sube a la limo y visita los suburbios –no los olvida- donde, día tras día, salen los políticos, empresarios y productores, a dejarle latas en un cuadrito pintado con gis, afuera de cada casita de arcilla. Pasa solo, no le gusta la ayuda. Encaja su pico -que ya es de oro- en las latas, que ya agarra de seis en seis. La prole aplaude y Don Juan agradece.
Es el crepúsculo y Don Juan recuerda a Juanito y a Juan Lata. Ríe y, sin quitarse los guaraches, se mete al lago de la privada.


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