lunes, 17 de octubre de 2011

Autorretrato en papel


  Estaba yo manejando, subiendo el cerro de Bugambilias, fumando un porro y tomando unas birras con mis dos amigos. Era de noche. Tenía años sin subir ese cerro. Solíamos ir nosotros tres a los terrenos -ahí donde todavía no existían las casas- a fumar y beber hasta el amanecer. Tenía una vista impresionante de noche. Parecía que el cielo llegaba hasta la tierra. Las luces de la ciudad parecían estrellas. A veces, subía yo solo; parqueaba mi Stratus de reversa en la orilla del cerro, abría la cajuela y me sentaba en ella. Algunas ocasiones llevaba unas birras, sólo para mí. Todo dependía de mi intención: ciertos días era para distraerme. Otros, para pensar, recordar.
  Siempre que hablo de mi vida, omito la infancia. Mi madre dice que sí fui feliz. Yo, simplemente, no la veo con claridad. Recuerdo que mi padre estaba sano y los desayunos familiares en domingo, pero, de ahí en más, todo es intermitente. Haber estado allá arriba, en el cerro, durante tantas noches, me hizo pensar sobre quién era. Me hizo reflexionar, me hizo volver a saborear los pequeños placeres de nuevo: caminar, escribir, leer, comer, componer una canción, tocar la guitarra, escuchar la lluvia. Allá arriba, era el único lugar en el que podía percibir mi vida; casi volverla a vivir. Por eso me cuesta tanto hablar de mis recuerdos, siempre son los mismos acá abajo: mi mamá perdió dos hijos, estaba gordo y descubrí la guitarra a los diez años. Nunca he salido de México. Me emborraché a los trece, fumé a los catorce y me drogué a los quince. Si ahora estoy lejos de saber quién soy, antes de ese cerro, lo estaba aún más. El dinero llegó a ser mi religión, no decía lo que pensaba, escuchaba música que mi alma vomitaba. Bueno, hasta llegué a pensar que Carlos Cuauhtemoc Sánchez y Coelho, eran escritores de verdad.
  No me arrepiento de nada de esto. Simplemente lo veo como el acné que me salió en la secundaria: no lo pude evitar, me dejó marcas y, hoy, ya no lo tengo. La verdad es que no me gusta hablar de mi vida, pero puedo decir mucho sobre mí: soy egocéntrico, creo en el amor tanto como creo en el odio, me gusta el sarcasmo y el humor negro, me dan risa los enanos, soy muy lujurioso, me dan curiosidad las armas, tengo miedo a las alturas, no creo en el significado de los sueños, me considero tan creativo como huevón. De un tiempo para acá, quiero llegar a viejo. Me gustan los pantalones rotos con la misma intensidad con la que me gustan los trajes. No creo en la cirrosis, soy cursi, no entiendo el ajedrez y odio con toda mi alma a Ricardo Arjona.
  Supongo que habemos algunas personas a las que la vida nos pasa de largo. Omitimos las imágenes del recuerdo y nos quedamos solos con las sensaciones. Un día, voy a poder subir ese cerro desde mi cama, voy a poder recordar mi infancia y, sin titubear, voy a volverla a vivir.


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