domingo, 30 de octubre de 2011

México lindo y querido.

     Es cierto. Aún no somos libres; todavía somos esclavos del sistema capitalista, burócrata y absurdamente negligente que, tanto los políticos que criticamos, como nosotros –“el pueblo”-, nos hemos encargado de reproducir con los años de una manera insensata, irracional y absolutamente nula de criterio individual.
     Hace doscientos un años, México no fue libre. El “Grito de Dolores” fue el detonante del inicio de independización ante los ahora campeones mundiales de futbol: España. Estoy de acuerdo con lo siguiente: a 16 de septiembre del 2011, no hay albedrío que celebrar. México, hoy en día, no es dueño de su futuro porque nunca lo fue de su pasado. El territorio nacional está siendo conducido por el mismo piloto mediocre que siempre llega en último lugar “por culpa de las llantas; por culpa del motor”. Un par de centenares de años atrás, la valentía cobró vida en este país para ofrecer democracia, libertad e igualdad a nosotros: la raza. Pareciera que, una vez muertos estos idealistas, el país se quedó en manos de cobardes sin voz, sin ideales, sin amor por si mismos. Se sigue derramando sangre pero ya no hay ideal; se perdió el contacto con la libertad y con la utopía. Vale más que el vecino esté jodido a que yo esté bien.
     Antes de seguir, me gustaría agregar que esto es simplemente un desahogo. No pretendo crear lazos, ni cambiar la situación con mis palabras; para eso, me valgo de mi persona, de mis acciones. No quiero convencer a nadie de olvidar su sentimiento nacionalista, ni de que vivimos en la mierda, ni mucho menos, de que todo esto que menciono, no se pueda cambiar. Sí se puede, y sin armas. Simplemente yo no me siento orgulloso de ser mexicano, le guste a quien le guste. Amo las tradiciones, las costumbres, nuestro patrimonio, pero, ser mexicano, es algo más delicado. Es algo más mediocre que beber tequila en medio de una narcoguerra. Es algo más insensible, más vulgar. También me gustaría dejar en claro que no busco generalizar. Habemos –con todo el descaro de incluirme- también personas que nos preocupamos por tomar de nuevo las riendas de nuestro destino. No tengo el coraje para decir que soy un verdadero conocedor de la cultura mexicana pero, a casi nulos olfateos, la calle huele a miedo. Miedo que ya da asco, que marea. Un miedo descabellado a imaginar un México sin miedo.
     Yo no voy en contra de los festejos nacionales en los que conmemoramos que un cura tocó una campana –aparentemente en busca de un ideal- o que un niño que –ni siendo tan niño- se lanzó por la azotea de un castillo. Me va la fiesta y, de este aspecto de nuestra cultura, sí podría declararme conocedor. Yo no creo que debamos olvidar nuestra historia, al contrario, me parece bien que, por un día, nos demos la tarea de recordarla. Siempre me ha parecido curioso que festejemos el inicio y no la consumación de la independencia. Año tras año me gusta imaginar que lo hacemos de esta manera porque vamos a reanudar la búsqueda de la libertad, de la democracia, de la pubertad nacional –ya que seguimos en pañales-, y del enigma que implica la justicia. Me gustaría poder decir que, conforme pasan los gritos a través del tiempo, cada vez estamos más lejos de ser mexicanos y más cerca de ser todos México. De alguna manera me considero un idealista y, por esta misma razón, defiendo a puño y letra que este país debe de ser educado por soñadores que sean México, y nunca más por mexicanos de hoy.

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