miércoles, 17 de octubre de 2012

Planeo


Volaba. El cielo era rojo, anaranjado, morado, azul. El sol se convertía en el ojo más vivo y agudo; penetrante junto a dos montañas que se aventuraban a ser holgadas pestañas: se despedía. Oscuridad paulatina y el primer lunar del cielo: blanco, brillante y cortejador. La sonrisa de la luna y el resplandor de la metrópoli. Un niño tendido en algodón: en nube volátil. Lágrimas en vaivén: lluvia de ambición. Noctámbulos: blancos, negros, rosas, verdes. ¡Euforia, vehemencia, ímpetu! Oscuridad.

Volaré.

lunes, 27 de agosto de 2012

viernes, 27 de enero de 2012

Minerva



     En un mundo paralelo en donde la literalidad reina y el diccionario fue escrito no bajo suposiciones, si no bajo el don del análisis de la práctica, la justicia es sinónima de arbitrariedad y la democracia es entendida como la supervivencia de unos cuantos. En este mundo equidistante y antónimo la mitología griega concede a Atenea el poder de la ignorancia, opresora de Grecia, defensora de la incapacidad creativa, llamada en su equivalencia romana, Minerva.
     En el mundo de verdad, en el que vivimos, Minerva es la diosa de las artes, la sabiduría, protectora de Roma y de las técnicas de guerra o –vista desde ojos tapatíos- es fuente, escultura y tráfico; es rotonda, es comercio y turismo. Es todo, menos una diosa. Y Guadalajara representa todo, excepto lo que representa ella. En esta ciudad hay artistas, pero no amor por el arte; hay sabios, pero no dirigen a los ignorantes; hay protección, pero sólo para unos cuantos; hay guerra, pero sólo mueren los nobles, los buenos.
     Joaquín Arias jamás imaginó que su escultura se convertiría en burla de globalifóbicos,  aficionada del “rebaño sagrado” y fanática insaciable –siempre en primera fila- de Alejandro Fernández.
     Un cerdo estaría mejor ahí, donde yace la Minerva. Un cerdo representa verdaderamente en lo que se está convirtiendo esta ciudad, este país. Tapatío sucio, cerrado, inconforme e hipócrita, lávate las manos pero no la culpa; abre los ojos pero no te aísles, comparte tu visión; deja la pobreza espiritual en manos de los necios.


     Termino mi cerveza, mi favorita. Mi mente sigue apelando por una utópica justicia que muchos merecemos. Toda la vida apelaré por mi gente, por sus derechos y obligaciones; toda la vida lucharé contra la pobreza económica y espiritual; toda la vida seré artista y soñador, público y crítico. Toda la vida me acompañará ella, mi favorita, mi cerveza: Minerva Imperial.

jueves, 5 de enero de 2012

Poesía.

-¿Cómo le digo con palabras cuánto la amo?
-Con poesía, mi amigo. Con poesía.
-Pero yo no soy poeta, ni escritor. Ni mis palabras poema.
-Toda palabra desde el corazón es poesía y toda letra que haya sido escrita en nombre de una mujer amada, siempre será poema.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Sueñan


            Dos viejos amigos. Ambos 65. Uno usa bastón por necesidad, otro por elegancia. Diría Elena Poniatowska que pareciera que mil gallos pisaron sus rostros –o algo así–, dejando huellas de tiempo. Entre risas, recuerdos y poesía pasada que fue su aún existente vida, beben cavernet en copa y fuman carrufo a la Holmes, en una pipa de caoba con injertos de plata. Su físico cansado y añejo delata la edad pero su esencia es traviesa, fresca, tierna, verde. Llevan traje; uno es oscuro y café, sin corbata y con pañuelo, licorera de bolsillo –que dejó de llamarse “pachita” desde sus 45–, reloj de bolsillo y sombrero de Chaplin para ocultar lo deforestada que está ya su cabeza; abunda barba blanca de su rostro. El otro usa saco negro y corbata tinta, reloj de oro blanco en su muñeca, cabello corto, mirada perdida y siempre lleva consigo una cigarrera dorada para su marihuana. ¿Hijos? Nunca. Uno –el del sombrero y pata chueca– se casó por miedo a la soledad y se divorció por terror al compromiso. El otro sólo tuvo aventuras; tiene.
            Festejan a la vida como cada año, como cada semana, como cada minuto. Discuten, beben, fuman, ríen, beben, fuman, se faltan el respeto a gritos o murmullos pero, ¿qué respeto puede existir aún en una relación de 45 años de amistad? “Eres un imbecil, hombre. Te he dicho que no te casaras con esa arpía”, dice el de corbata tranquilo, sólo para molestar. “Ya déjalo, amigo. Han pasado 25 años y la pobre mujer ya ni está. Un día, mientras duermas, te va a jalar las patas, para que se te quite lo cabrón”, dice mientras acaricia su barba larga cual gato vanidoso.
            Las botellas se consumen con la noche y la cigarrera se vacía. La pipa ya no carga más que ceniza, ceniza que vuela con el viento frío de diciembre buscando fundirse por siempre en el aire, en un viaje eterno en el que nunca será más ni menos. La casa huele a colonia de edad, a años. En el rincón más profundo y oscuro de la noche, sus cabezas se vuelven mecedoras y sus párpados columpios. Sin poder vencer a Morfeo, se van. Sueñan que son jóvenes, sueñan que no duermen. Uno de ellos, jamás volverá a despertar.

martes, 13 de diciembre de 2011

Del anonimato al ser.



            Al niño lo crecen las verdades. Hace tiempo que no recurro al arte escrito a manera de reflexión poética porque mi vida está bien: la vida me seduce. Me gusta el desahogo, sin embargo, no me creo pintor de historias; mucho menos, prestamista de sentimiento, de deseo. Me sé apasionado, pero me cuesta el cómo –entenderlo-. Ni en cuerpo ni en vida de un ajeno hubiera sido dichoso. Mi sensación de narcisismo no es más que una nube viajera e intangible que cobra vida -cada que el sol hace brillar mis ojos- ante el esplendor que desborda de la copa vertedora de existencia. La imaginación no tiene límites porque, estupefacta, se descubre a sí misma en cada rincón del ser.
            El púrpura del atardecer,  la tersura de su mano, el platillo humeante cual barco a punto de desaparecer. Las arrugas de la anciana que sólo, cuando niña, logró tener. El sonido del vidrio roto, del paso decidido, del siempre ausente silencio. El arte del olfato; su intención: el recuerdo. El grano de la piedra y la gota que robamos al mar. La ilusoria libertad y sus cadenas de ardor. La verdad que aleja, distrae y mata. La nostalgia.
            Dice Nicanor Parra que sólo tenemos el futuro. Yo, personalmente, añoro un mañana lleno de pasado pleno, un presente sin posterior y un ayer entregado al júbilo.
            Prefiero vivir en la embriaguez  y en el arrebato del alcohol –aparente locura- que en la sordidez de la ilusión colectiva: la franqueza, el desgano, la lógica. Al final, nadie será libre, ni de su propio deseo de serlo. Al final, prefiero ser esclavo del deseo vivo que somos; adicto a sentir.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Paz en la música.

Breve (y hasta cierto punto ambigua) reflexión sobre el músico en México a partir de "El Laberinto de la Soledad" de Octavio Paz.