martes, 13 de diciembre de 2011

Del anonimato al ser.



            Al niño lo crecen las verdades. Hace tiempo que no recurro al arte escrito a manera de reflexión poética porque mi vida está bien: la vida me seduce. Me gusta el desahogo, sin embargo, no me creo pintor de historias; mucho menos, prestamista de sentimiento, de deseo. Me sé apasionado, pero me cuesta el cómo –entenderlo-. Ni en cuerpo ni en vida de un ajeno hubiera sido dichoso. Mi sensación de narcisismo no es más que una nube viajera e intangible que cobra vida -cada que el sol hace brillar mis ojos- ante el esplendor que desborda de la copa vertedora de existencia. La imaginación no tiene límites porque, estupefacta, se descubre a sí misma en cada rincón del ser.
            El púrpura del atardecer,  la tersura de su mano, el platillo humeante cual barco a punto de desaparecer. Las arrugas de la anciana que sólo, cuando niña, logró tener. El sonido del vidrio roto, del paso decidido, del siempre ausente silencio. El arte del olfato; su intención: el recuerdo. El grano de la piedra y la gota que robamos al mar. La ilusoria libertad y sus cadenas de ardor. La verdad que aleja, distrae y mata. La nostalgia.
            Dice Nicanor Parra que sólo tenemos el futuro. Yo, personalmente, añoro un mañana lleno de pasado pleno, un presente sin posterior y un ayer entregado al júbilo.
            Prefiero vivir en la embriaguez  y en el arrebato del alcohol –aparente locura- que en la sordidez de la ilusión colectiva: la franqueza, el desgano, la lógica. Al final, nadie será libre, ni de su propio deseo de serlo. Al final, prefiero ser esclavo del deseo vivo que somos; adicto a sentir.

1 comentario:

  1. Cada que leo un texto nuevo me gustas más. (Como escritor, claro) Te quiero amigo.

    Piña.

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