Al
niño lo crecen las verdades. Hace tiempo que no recurro al arte escrito a
manera de reflexión poética porque mi vida está bien: la vida me seduce. Me
gusta el desahogo, sin embargo, no me creo pintor de historias; mucho menos,
prestamista de sentimiento, de deseo. Me sé apasionado, pero me cuesta el cómo
–entenderlo-. Ni en cuerpo ni en vida de un ajeno hubiera sido dichoso. Mi
sensación de narcisismo no es más que una nube viajera e intangible que cobra
vida -cada que el sol hace brillar mis ojos- ante el esplendor que desborda de
la copa vertedora de existencia. La imaginación no tiene límites porque,
estupefacta, se descubre a sí misma en cada rincón del ser.
El
púrpura del atardecer, la tersura
de su mano, el platillo humeante cual barco a punto de desaparecer. Las arrugas
de la anciana que sólo, cuando niña, logró tener. El sonido del vidrio roto,
del paso decidido, del siempre ausente silencio. El arte del olfato; su
intención: el recuerdo. El grano de la piedra y la gota que robamos al mar. La
ilusoria libertad y sus cadenas de ardor. La verdad que aleja, distrae y mata.
La nostalgia.
Dice
Nicanor Parra que sólo tenemos el futuro. Yo, personalmente, añoro un mañana
lleno de pasado pleno, un presente sin posterior y un ayer entregado al júbilo.
Prefiero
vivir en la embriaguez y en el
arrebato del alcohol –aparente locura- que en la sordidez de la ilusión
colectiva: la franqueza, el desgano, la lógica. Al final, nadie será libre, ni
de su propio deseo de serlo. Al final, prefiero ser esclavo del deseo vivo que
somos; adicto a sentir.
Cada que leo un texto nuevo me gustas más. (Como escritor, claro) Te quiero amigo.
ResponderEliminarPiña.