En un mundo paralelo en donde la literalidad
reina y el diccionario fue escrito no bajo suposiciones, si no bajo el don del
análisis de la práctica, la justicia es sinónima de arbitrariedad y la
democracia es entendida como la supervivencia de unos cuantos. En este mundo
equidistante y antónimo la mitología griega concede a Atenea el poder de la
ignorancia, opresora de Grecia, defensora de la incapacidad creativa, llamada
en su equivalencia romana, Minerva.
En el mundo de verdad, en el que vivimos,
Minerva es la diosa de las artes, la sabiduría, protectora de Roma y de las
técnicas de guerra o –vista desde ojos tapatíos- es fuente, escultura y
tráfico; es rotonda, es comercio y turismo. Es todo, menos una diosa. Y
Guadalajara representa todo, excepto lo que representa ella. En esta ciudad hay
artistas, pero no amor por el arte; hay sabios, pero no dirigen a los
ignorantes; hay protección, pero sólo para unos cuantos; hay guerra, pero sólo
mueren los nobles, los buenos.
Joaquín Arias jamás imaginó que su escultura se
convertiría en burla de globalifóbicos,
aficionada del “rebaño sagrado” y fanática insaciable –siempre en
primera fila- de Alejandro Fernández.
Un cerdo estaría mejor ahí, donde yace la
Minerva. Un cerdo representa verdaderamente en lo que se está convirtiendo esta
ciudad, este país. Tapatío sucio, cerrado, inconforme e hipócrita, lávate las
manos pero no la culpa; abre los ojos pero no te aísles, comparte tu visión;
deja la pobreza espiritual en manos de los necios.
Termino mi cerveza, mi favorita. Mi mente sigue
apelando por una utópica justicia que muchos merecemos. Toda la vida apelaré
por mi gente, por sus derechos y obligaciones; toda la vida lucharé contra la
pobreza económica y espiritual; toda la vida seré artista y soñador, público y
crítico. Toda la vida me acompañará ella, mi favorita, mi cerveza: Minerva
Imperial.